Lo sucedido este fin de semana en el estadio de La Corregidora, donde una riña entre las barras y aficionados del Querétaro y el Atlas, nos ha hecho recordar que la violencia no está tan lejos como lo pensamos.
Mientras oramos por la paz en el este de Europa donde se cruza el fuego de balas entre Rusia y Ucrania, aquí, en México, la semana pasada fueron fusilados en Michoacan más de 15 personas a la luz del día y, si esto fuera poco, ahora en todo el país nos zumba la barbarie de los inchas que, más allá de un balón y unos goles, se masacraron a golpes frente a las cámaras de televisión en vivo y a todo color.
La violencia en los territorios ucranianos, como los del futbol local, nos revelan algo mucho más profundo que es el propio corazón de los hombres, y las mujeres también.
La violencia es un monstruo que habita en el interior de cada uno de nosotros y que, sin el Evangelio de Cristo, no hay posibilidad alguna de domesticarlo y menos aún de aniquilarlo.
Thomas Hobbes en su texto de “El Leviatán” planteó que la naturaleza del hombre, de la humanidad entera, era que el ser humano es enemigo de su propio prójimo. “El hombre es el lobo del hombre”, dijo.
La violencia se conjuga mejor con el significado de violar. Se viola, se violenta a gran escala militar o en los foros del deporte y lamentablemente en nuestras propias iglesias, casas y hogares y familias.
Hoy les invito a interpretar lo sucedido entre nosotros con los ojos del Evangelio que es de paz y de perdón. Y esto no nace del corazón de los hombres buenos o de quien se lo proponga con toda la sinceridad de su corazón. Cristo y su Evangelio es quien solamente puede producir en cada hombre y mujer una nueva naturaleza, la del Espíritu, capaz en nosotros de sostener una fraternal responsabilidad del amor y el respeto a los demás, no importando ni su origen racial ni tampoco la camiseta fubolera del equipo que prefiera.
El futbol puede dividirnos profundamente. Divide familias, amistades, y hasta la iglesia misma. No nos acostumbremos a tanta violencia.
Hay que movernos en una reflexión constante de lo que sucede a nuestro alrededor porque el mundo necesita escuchar ahora más que nunca, la Voz del Evangelio que ofrece esperanza al agredido y también al agresor.
El mundo, México, demanda que nosotros los cristianos y discípulos de Cristo, hablemos de la Cruz y del que murió violentamente, pero voluntariamente, por nosotros. Hablemos y prediquemos sobre la paz y el diálogo.
Enseñemos a nuestros niños y jóvenes que siempre, seguir a Cristo, implica la no violencia, en donde sea y con quien estemos.
Porque cuando Jesús enseñó el amor al enemigo, el volver la otra mejilla, el no pagar nunca mal por mal, el dar de comer al enemigo que tiene hambre, aunque sea rival en la cancha, lo dijo en serio.
Pastor Rolando Guzmán / IBEC